En diálogo con El Espectador, la guerrillera
Tanja Nijmeijer asegura que las Farc tienen voluntad de paz y que la guerra en
las negociaciones “es política”.
Tanja
Nijmeijer, conocida como Alexandra o La Holandesa de las Farc, expresa estar
cansada de la que califica como una campaña de desprestigio y desinformación
sobre ella. Es consciente de que su levantamiento en armas ha despertado mitos
y fantasías en los medios de comunicación nacionales e internacionales.
Desde
el primer minuto del encuentro me hizo sentir su desconfianza frente a los
periodistas, en especial los colombianos, a los que “les falta un compromiso
más sólido con los diálogos de paz”. El equipo técnico que me acompañaba
comentó la belleza física y la complejidad de este personaje que, a pesar de su
sonrisa, refleja en instantes la dureza de haber atravesado lo insoportable. Se
declara lista a esquivar lo que en sus palabras son “morterazos que también se
lanzan en medio de la batalla política que se adelanta en La Habana”.
La
mujer amable pero distante, que ha inspirado series de TV, documentales en
Holanda y libros en Colombia, me recibió en el Palco, lugar cercano a La
Habana, donde Gobierno y Farc sostienen las conversaciones, y me pidió respeto
para su familia y su vida privada. Accedió a hablar con El Espectador sobre su
participación durante 14 años en las filas de esa guerrilla y ahora en los
diálogos de paz. Se describe como una mujer silenciosa y prudente, “propensa
más a escuchar que a hablar”, pero lista para explicar las razones de la
beligerancia en Colombia.
Confieso
que esperaba un encuentro con una militante de una izquierda trasnochada
europea, como tantos radicales que buscan sentirse Juana de Arco o el Che
Guevara. Antes de conocerla, me imaginaba una mujer adoctrinada, producto de un
lavado de cerebro realizado a sus 20 años por una guerrilla dogmática y en
medio de los furores de sus primeros amores con subversivos. Sin embargo, debo
reconocer que Alexandra, como prefiere que la llamen, es a sus 34 años una
mujer con un intelecto estructurado, sólida en sus convicciones y orgullosa de
sus polémicas decisiones.
Terrorista
para algunos, revolucionaria comprometida para otros, esta es la guerrillera y
la mujer que hace tres meses dio la cara y que no pudo disimular sus
sentimientos contradictorios cuando le pregunté por el secuestro y el
narcotráfico y otros crímenes que Colombia y Europa no le perdonan a la
guerrilla que integra. Pero Alexandra hace parte de una estructura militar,
parece inquebrantablemente leal al movimiento y en el encuentro quedó claro que
jamás dirá en público algo que desautorice a sus superiores.
Hace tres meses que
salió de la clandestinidad en nombre de los diálogos de paz. ¿Qué ha sido lo
más difícil?
Realmente
hay cosas difíciles, porque la diferencia entre el ambiente allá y el ambiente
acá es muy grande. Los carros, la ropa, pensar todos los días qué se va a
poner, la bulla, el ruido, la prensa. Pero de cierta forma lo veo como lo
mismo. Allá hay una guerra y aquí también se combate. Allá hay una guerra
militar y aquí es política. En los dos frentes hay francotiradores, de vez en
cuando nos echan un “morterazo” y uno tiene que reaccionar para que no lo
maten. Es una misión más que cumplir a cabalidad.
Dijo
que una de las mayores presiones la impone la prensa. ¿Qué lo hace tan
complicado?
A la
mayoría de los medios de comunicación les hace falta un compromiso más grande
con el proceso de paz. Más que todo se ve en la prensa colombiana, que podría
jugar un gran papel en apoyar estas negociaciones para que la población se
convenza de que la paz en Colombia es necesaria. Muchas veces hace todo lo
contrario y van metiendo sus pullitas a ver qué pasa.
Por
ejemplo...
Ese
cuento que sacaron de que en las Farc no hay unidad y no hay cohesión, que el
Bloque Sur no está de acuerdo con estos diálogos, no es cierto. Incluso los
camaradas dijeron que sí están comprometidos con el proceso. Las Farc somos
uno, tenemos unidad de mando, y es malo que la prensa haga ese tipo de cosas.
Usted
habla como insurgente y como futura aspirante política. De Tanja, la mujer,
conocemos muy poco. ¿Siente que la utilizan como la cara bonita de las Farc,
como dicen algunos medios?
No es
así. Lo más bonito que tengo es mi cerebro, por eso estoy aquí. En cuanto a la
guerrilla, el ideal de belleza que es impuesto por el capitalismo en los
medios, que es la chica 90-60-90, en la guerrilla no juega. En la guerrilla el
concepto de una mujer bonita, bella, es muy diferente. Entre otras cosas porque
la mayoría de los guerrilleros son campesinos y en el campo una mujer bonita no
es una mujer flaca, es una mujer bien alimentada, gordita, como dicen ellos. En
el monte, yo soy la flaquita sin sabor, la insípida.
Usted
viene de un país que, a pesar de todos los vejámenes que cometió en la
colonización, lleva décadas buscando la solución dialogada de los conflictos.
Usted nace y crece bajo esos preceptos. ¿Qué le hizo pensar que la forma de
construir un país mejor eran las armas?
Cuando
llegué a Colombia me interesé por la política y por la urgencia de combatir la
injusticia que existe en el país. Me di cuenta de que quería aportar en eso.
Pero para hacerlo no había otra posibilidad que coger las armas. Entendí el proceso
del pueblo colombiano, la necesidad de alzarse en armas, y me nació la
motivación para mostrar mi solidaridad con esa causa. Que yo venga de Europa no
cambia nada. Europa utiliza un discurso. Pero sólo falta mirar lo que hacen en
otros países para darse cuenta de que son sólo palabras.
Pero
hay otros caminos. ¿Qué la hizo pensar que, de tantas opciones posibles, las
armas eran la más expedita?
No creo
que las armas sean el mejor camino. Son el último recurso de un pueblo, y en
Colombia el Estado no dejó otra opción. Uno en Holanda puede vivir bien, pero
¿qué está pasando por fuera de las fronteras? ¿Soy capaz, éticamente, de vivir
bien sabiendo que en otras partes del mundo viven mal, y que nosotros allá
estamos viviendo bien a costa de otros pueblos?
Las
mujeres en la delegación del Gobierno son pocas y, para ser sinceros, no
lideran. ¿Cree que es un reflejo de la situación de la mujer en el país y en
las Farc?
En
Colombia, un 51% de la población son mujeres, así que me hubiera gustado que un
50% de esa mesa, tanto por parte del Gobierno como de las Farc, estuviera
compuesta por nosotras. Nosotros como delegación de paz de las Farc tratamos de
escuchar la voz de la mujer. He visto que las relatorías de los foros fueron
hechas por mujeres y me he dado cuenta de que la mujer ha hecho escuchar su voz
muy fuerte. Lo han hecho reclamando tierra, reclamando derechos. Eso me parece
muy positivo.
Por
primera vez está sentada frente a personas miembros de lo que ustedes llaman la
oligarquía. ¿Cómo es el diálogo con sus enemigos de clase?
La
guerrilla me ha ayudado a suavizarme mucho, a entender a la gente. A entender
por qué las personas son como son. Por eso nunca juzgo a nadie, tampoco a las
personas que han nacido en un ambiente de oportunidades, porque también nací
con opciones. Pero tuve una época de rebeldía en la que juzgaba a todas esas
personas y me preguntaba por qué no se comprometen, por qué no tienen
solidaridad con los que no tienen oportunidades. Pero ya no, me he calmado en
ese sentido. He madurado.
Usted
se presenta como una mujer que cuestiona. ¿Cómo soporta que la guerrilla regule
sus relaciones de pareja, su vida privada, cuándo y dónde disfrutar su
sexualidad?
En la
guerrilla no tengo que pedir permiso para enamorarme. Uno puede tener su vida
de pareja normal, se puede pedir asociamiento, compartir la caleta y tener una
vida normal. Es incluso muy bonito. Sin embargo, el primer compromiso siempre
es con el pueblo colombiano. Eso implica que cuando a usted le dicen que tiene
una misión, como la que tengo ahorita en La Habana, y le toca separarse de su
compañero, lo asume. O al menos yo siempre lo he hecho así. Ese es el
compromiso que uno hace al ingresar.
Pero
para una mujer europea someterse a las reglas de las Farc tiene que ser mas
difícil que cualquier caminata o entrenamiento físico...
En la
sociedad colombiana el machismo es horrible, y en la guerrilla, que es una
representación de esa sociedad, también está. Es cierto que en Holanda la
situación es muy diferente. Para mí, como holandesa, eso a veces es complicado
en la guerrilla.
Usted
llega a la etapa en que se cuestiona si es momento de armar una familia. En la
guerrilla no se pueden tener bebés y las mujeres no son dueñas de su cuerpo...
Las
reglas que hay en cuanto a ese tema son lógicas. Imagínese un bebé en la
guerra. Entonces “aparte de las dos arrobas de economía que vamos a llevar hoy,
usted lleva los pañales”. Eso es imposible. En una situación como la del país,
uno no piensa en tener un hijo. No se puede. Si mandan a la mujer afuera a
tener un hijo, allá la capturan, los hijos de los guerrilleros son
estigmatizados. No tiene sentido. Son normas que uno entiende y que cuando
ingresa se las explican.
¿Sueña
aún con tener un hijo?
Pienso
tener un hijo, y me gustaría tenerlo, pero en un ambiente de paz y justicia
social. Quiero tener un hijo para verlo crecer en la nueva Colombia, no en un
país donde no tenga oportunidades. Quiero verlo crecer en el país que hemos
soñado. Pero nunca voy a dejar de lado a las Farc ni a la lucha por las cosas
en las que creo.
Usted
tiene cargos por secuestro y narcotráfico, hechos que ni los militantes de
izquierda más radical perdonan. Dicen que deslegitimó a la guerrilla. ¿Es ese
su mayor pecado?
(Silencio)
De eso no vuelvo a hablar. ¿Para qué vamos a seguir machucando ese tema? El año
pasado, en febrero, tomamos la decisión de que las retenciones económicas no se
iban a hacer más. En cuanto al narcotráfico, usted debe conocer la realidad y
no sé por qué otra vez tengo que explicarlo. La impuestación (sic) a la coca...
Nosotros incluso hemos presentado proyectos para la sustitución de cultivos y
todo el mundo sabe que en el narcotráfico están implicados sectores del Estado
colombiano. Pero de eso, entonces, nunca o casi nunca se habla.
¿Sigue convencida de la opción de las
armas para defender su causa? Es decir, ¿volvería a tomar las armas en un
conflicto del Congo, Sierra Leona, Bolivia u otro lugar?
Sí,
también. Mi compromiso es con los pueblos del mundo, no sólo con el colombiano.
Pienso que Colombia, y Latinoamérica en general, tan codiciados por el
capitalismo por sus recursos naturales, son un centro del lucha en el mundo.
Soy consciente de que para que el mundo cambie tiene que cambiar el sistema, y
hay que empezar por algún lado. Pienso que Colombia es un buen punto de
partida.
De
usted se han dicho muchas cosas: que le lavaron el cerebro, que es objeto
sexual de algunos comandantes, que está involucrada en una cantidad de
crímenes. ¿Qué diría a los colombianos que quieren verla condenada?
Pues
que están equivocados. No sé. Dejemos por ahí.
Por: Natalia Orozco R. /
Especial para El Espectador