viernes, 28 de junio de 2013

No "falta Estado": faltan derechos, sobra represión

CATATUMBO
Por: José Antonio Gutiérrez D

La brutal respuesta que el Estado colombiano, capitaneado por Juan Manuel Santos, ha dado a la movilización legal, pacífica y constitucional de los campesinos en el Catatumbo, nos ha dejado francamente sin palabras. Desde luego que estamos familiarizados con este tipo de represión: el Estado viene desde hace seis décadas haciendo esto y cosas mucho peores en contra de las masas populares cada vez que, hastiadas de su marginalización y de los atropellos cotidianos que padecen, se alzan gritando “Basta”. Sin embargo, la persistencia de la protesta campesina que ha agrupado a alrededor de 15.000 personas, la militarización de la región, la represión feroz, han sido debidamente documentadas por un medio de comunicación popular, la Agencia Prensa Rural, que ha hecho una meticulosa y descarnada cobertura de estos eventos, que la mayoría de los medios o pasan de agache o muestran desde el ángulo de los poderosos. ¿Cómo no estremecerse al presenciar, ante las cámaras, el cobarde asesinato de un campesino que, jadeando, angustiado, gritaba que le habían dado un tiro certero al corazón, mientras se desangraba ante las cámaras? [1] Pocas imágenes en mi vida –y no he visto poco- me han arrugado el alma de esa manera.
¿Qué quieren los campesinos movilizados? La prensa oficial no explica nada. La editorial de hoy de El Espectador, por ejemplo, distorsiona lo que piden los campesinos diciendo que éstos piden que el gobierno, supuestamente, “restablezca la institucionalidad perdida” [2]. No, esto no es así. Las propuestas de los campesinos han sido emitidas en propuestas bastante claras y se han enfrentado a la oposición irreductible y soberbia del establecimiento:

1.    Piden el establecimiento de una Zona de Reserva Campesina (ZRC), figura constitucional con base en la Ley 160 de 1994. Ellos han hecho todos los trámites pertinentes y lo único que ha impedido la declaración de la ZRC en el Catatumbo, es el veto ilegal del ministro de defensa que considera a esta zona como un área estratégica para su estrategia de contrainsurgencia.  Lucho Garzón, quien preside una comisión para dialogar con los manifestantes, también ha expresado su rotunda negativa a la declaración de la ZRC, la principal demanda del campesinado [3].
2.    Piden que se pare la erradicación forzada de la coca, única fuente de subsistencia que tienen los campesinos en la zona, mientras no se les den alternativas viables.
3.    Piden que se apruebe y se financia el Proyecto de Desarrollo Sostenible desarrollado por los propios campesinos que provee, precisamente, esas alternativas.
4.    Piden fondos de emergencia para enfrentar la crisis alimentaria, porque no hay alternativas económicas y porque no se está sembrando cultivos de pan coger.
5.    Piden un freno a la Locomotora Minera, que amenaza la existencia misma del campesinado en la región.
6.    Piden que se termine la militarización de la región, que ha conllevado, como en todas las zonas de consolidación militar, toda clase de abusos y atropellos contra la población [4].
Las medidas que piden los campesinos son claras, ¿por qué entonces la citada editorial de El Espectador insiste que lo que urge es “presencia estatal”? No es sólo El Espectador. Casi todos los medios de prensa, repiten hasta el cansancio esa formulita trillada, que supuestamente lo explicaría todo, pero que no explica nada en realidad: el Catatumbo sufre de “ausencia de Estado”. Sólo Tatiana Acevedo, en una de las columnas más certeras que he leído en El Espectador, va a contravía de estas verdades incuestionables, al afirmar lo obvio:

el Catatumbo está hoy pleno de Estado. En Ocaña hay notarios. En Tibú, también. Y hay fiscales, cárceles, decenas de exagentes del DAS, oficinas, papelería membretada, sellos, huelleros, filas para asistencia social. Hay utensilios para la fumigación con glifosato, ICBF, helicópteros, consultores con contrato de prestación de servicios, caballería mecanizada, fuerza de élite ‘Vulcano’, ‘blanco legítimo’. Batallones de infantería, de artillería, de ingenieros, de servicios para el combate, de plan energético y de contraguerrillas (…) Hubo rehabilitación, Plan Colombia y (ahora) Consolidación (…) Miles de funcionarios públicos ejecutan billones para borrar hectáreas y flexibilizan normas, para promover actividades mineras o agroindustriales. Tras décadas de guerra, no es que el Estado no haga presencia, como reza el lugar común de toda noticia sobre el Catatumbo. Por el contrario, se fortalece un Estado colombiano (…) Quizá en vez de un sentimiento de abandono, hay uno de hastío y rabia por la forma en la que el Estado lo tomó.” [5]
Una de las peores groserías en este sentido, la enuncia El Espectador en su editorial cuando dice incluso que el paramilitarismo que azotó a la zona dejando más de 10.000 muertos, fue consecuencia de esa mítica “ausencia del Estado”. Está probado, hasta la saciedad, por investigadores serios como el padre Javier Giraldo que el paramilitarismo ha sido una estrategia de Estado, oficial, desde la década de los ’60 [6]. Como decía yo mismo en un artículo previo: “Donde ciertos observadores han equiparado de manera simplista el control paramilitar con la “ausencia del Estado”, es necesario aclarar que el paramilitarismo ha sido la expresión más extendida así como perversa del Estado, con poderes plenipotenciarios y dictatoriales.” [7]
Lo que se necesita no es más Estado, sino más derechos, más comunidad, más tejido social, más vida, menos represión. Pero al confundir los términos, los medios, a la vez que juegan al policía bueno, distraen la mirada de la opinión pública de lo que realmente está en juego en el Catatumbo.
En primer lugar, está en juego el pulso entre el modelo económico impulsado desde el Estado, que privilegia a los agro negocios y las inversiones minero-extractivas, y las necesidades de las propias comunidades que buscan un modelo de desarrollo sostenible para la región, y que, en ausencia de alternativas, buscan al menos ser capaces de sostenerse mediante el cultivo de coca, que es lo que tienen de momento.
En segundo término, está en juego la voluntad de paz real del gobierno, que va de la mano de la solución de los problemas estructurales que enfrenta sobretodo el campesinado, que constituye la base social de apoyo principal de la insurgencia. La paradójica situación de negociar en medio del conflicto, es muy cómoda para el gobierno de Santos, que puede tener en una mano la rama de oliva y en la otra el garrote. Como explicaba en un artículo reciente:

El gobierno de Santos busca modernizar, pero modernizar sin pueblo que pueda alterar el contenido neoliberal y oligárquico de su proyecto. Es por ello que el gobierno, mientras adelanta las negociaciones en La Habana, se encarga de reprimir, perseguir, encarcelar, desplazar, asesinar, bombardear y desaparecer a las fuerzas vivas que pueden hacer carne un acuerdo de modernización favorable a los intereses populares del campesinado. Al igual que los regímenes fascistas, nunca se ataca una medida legal progresista, sino que se ataca directamente al movimiento que la sustenta (…) El ataque sistemático y alevoso que estamos presenciando contra el movimiento campesino es un ataque frontal contra el proceso en La Habana” [8]. 

Para justificar esta represión, esta persecución y estos cobardes ataques, personeros de gobiernos, de las fuerzas represivas y el propio presidente, señalan a las manifestaciones de estar “infiltradas” por la guerrilla… ¡Cómo si a los campesinos no les sobraran razones para manifestarse! El tema en realidad es otro: es el trato militar, fundamentalmente represivo, que tradicionalmente da el Estado a la protesta social. La misma editorial de El Espectador reconoce que “Sin duda se trata de una zona de influencia guerrillera, pero también se trata de una región donde los campesinos piden soluciones que no son descabelladas”. A propuestas para nada descabelladas, el gobierno responde hiriendo a decenas de campesinos, algunos de ellos con amputaciones, asesinando a cuatro campesinos a bala, arrojando granadas de fragmentación, destruyendo las posesiones de los campesinos, incendiando ranchos, saqueando el comercio local.
Precisamente, con el fin de garantizar los mecanismos legales que faciliten la destrucción del movimiento campesino, que es, en última instancia, el único que puede hacer realidad los acuerdos que salgan de la mesa de negociaciones, es que se ha aprobado el fuero militar en el parlamento. De alguna manera, podríamos decir que la represión en el Catatumbo es el bautizo de esta nueva medida según la cual la población civil se convierte en un blanco legítimo del Ejército. Gustavo Gallón, en un agudo análisis de los alcances del fuero militar, plantea que:

si el soldado en armas mata a un civil, el proyecto de ley estatutaria señala que debe presumirse que lo hizo de buena fe, y la licitud o no de dicha muerte deberá valorarse (…) no según las normas de derechos humanos que prohíben matar civiles. El principio de proporcionalidad, como está definido en la ley, autoriza ‘causar daños a personas y bienes civiles’ siempre que no sean ‘manifiestamente excesivos frente a la ventaja militar concreta y directa prevista’. ¿La jurisdicción militar considerará excesivas las muertes de los dos manifestantes de Ocaña el pasado fin de semana?” [9]
La sangre no se lava. Es indeleble. Señor Santos: tiene usted sus manos untadas con la sangre de cuatro campesinos que reclamaban sus derechos más esenciales. Sus nombres son Dionel Jácome Ortiz, Edwin Franco Jaimes, Diomar Angarita y Hermidez Palacio. Para usted quizás sean meras estadísticas de un conflicto que todavía cree que podrá manejar como una partida de póker. Para nosotros no: ellos no son números, sino compañeros, hermanos, vecinos, padres, amigos, hijos, esposos y amantes, compadres, seres humanos a los que la brutalidad del Estado les arrebató la vida, poco después de que usted lanzara esos señalamientos como una auténtica pena de muerte sobre ellos y sobre todos sus compañeros. Nosotros no los olvidaremos. A esta altura, ya no es suficiente con la mesa de interlocución para solucionar algo que debió haberse solucionado hace años. Esta vez también tocará exigir justicia. Porque la vida de los campesinos no es moneda de cambio por reformas. Porque no estamos dispuestos a aceptar a un solo muerto más por la represión contra quienes piden lo justo. Porque la vida de los campesinos también vale. Porque el terrorismo de Estado ya no puede seguir en la impunidad, es por ello que exigiremos justicia contra los que dispararon y contra los que dieron la orden. A nivel regional, departamental y nacional. Caiga quien caiga. 
27 de Junio, 2013

lunes, 24 de junio de 2013

Catatumbo: Tragedia anunciada puede continuar

Leonel Jácome y Édinson Franco fueron asesinados en Ocaña (Norte de Santander), y otros 8 campesinos resultaron heridos de bala, el pasado sábado 22 de junio, a causa de los disparos de fusil con los que el Ejército Nacional arremetió contra la manifestación campesina que se encontraba en cercanías del aeropuerto de ese municipio.

Los asesinatos se enmarcan en las protestas que, durante dos semanas, han protagonizado más de 4.600 habitantes de Tibú en contra de las políticas del alcalde Gustavo León Becerra y de la movilización de más de 7.000 campesinos del Catatumbo –región ubicada al noreste del departamento y que comprende zonas rurales de los municipios de El Carmen, Convención, Teorama, San Calixto, El Tarra, Hacarí y Tibú– que exigen, entre otros asuntos, la suspensión inmediata de las erradicaciones forzadas de cultivos de coca, la ejecución de un programa de sustitución gradual y concertada, y la declaración inmediata de la zona de reserva campesina del Catatumbo.
Tragedia anunciada puede continuar
Desde hace dos semanas se han realizado dos protestas en Norte de Santander que pueden parecer la misma pero no lo son. En la primera, iniciada el 8 de junio, los habitantes del casco urbano de Tibú vienen bloqueando las vías que comunican el municipio con Cúcuta y Ocaña, mientras en la segunda, surgida apenas 3 días después, la protesta campesina se ha concentrado en la vía hacia Ocaña por el incumplimiento reiterado del gobierno en los temas concertados en la Mesa de Interlocución y Acuerdo.
Las protestas alcanzaron tal punto que, el pasado miércoles 19 de junio, el Gobierno Nacional envió a la región una comisión de alto nivel a dialogar con los manifestantes, que incluía al ministro de Agricultura, Francisco Estupiñán; a la gerente del Incoder, Miriam Villegas; y al gobernador de Norte de Santander, Edgar Díaz. Sin embargo, a la hora de buscar acuerdos para solucionar la crisis que se presenta en esta región, extremadamente rica en recursos minerales y petroleros, la exigencia de los representantes del Estado para que estuvieran presentes los generales Marcolino Tamayo, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta ‘Vulcano’ del Ejército, y Rodolfo Palomino, director de Seguridad Ciudadana de la Policía, llevó a que los campesinos se levantaran de la mesa, pues, según la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat), en más de 4 años de trabajo en la Mesa de Interlocución y Acuerdo nunca se hizo necesaria la presencia de representantes de la Fuerza Pública y que ahora esa presencia resultaba en un factor de tensión por los excesos de fuerza, detenciones arbitrarias, torturas, saqueos y otras violaciones de derechos humanos que los uniformados vienen cometiendo en la zona para reprimir la protesta de las comunidades.
Como resultado de la negativa de los campesinos a aceptar las condiciones que les imponía el gobierno, siguieron los bloqueos y las protestas. Por su parte, el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) de la Policía Nacional continuó lanzando –incluso desde helicópteros– gases lacrimógenos, balas de goma, granadas de dispersión y explosivos hechizos en contra de los manifestantes, de acuerdo con el registro en terreno de distintos periodistas, generando graves lesiones a varios campesinos, incluída la mutilación de una mano de uno de los labriegos y un pie de otro, y a 2 de los 6 uniformados que han resultado heridos en los ya 16 días de tensión en el Catatumbo, según informan testigos.
El viernes, durante una ceremonia de ascensos en la escuela de oficiales de la Policía, el presidente Santos señaló que las protestas en el Catatumbo están “infiltradas por la guerrilla” y ordenó el envío de refuerzos de Ejército y Polícía a la zona para que “mantengan el orden [...] la Fuerza Pública seguirá actuando en todo el territorio nacional con toda la contundencia, sin descansar un solo minuto”.
Ante este anuncio, el sábado los campesinos decidieron tomarse pacíficamente el aeropueto de Ocaña, donde están desembarcando los uniformados, para así evitar que un aumento del pie de fuerza resultara en nuevas agresiones en su contra. Allí, hacia las 11 am, fueron recibidos por miembros del Ejército, que les advirieron que abrirían fuego en su contra si llegaban a acercarse al cercado perimetral del aeródromo. Finalmente, poco después de la 1 pm, los soldados cumpliron su promesa, disparando contra la multitud de campesinos desarmados, que se enfrentaron a piedra con los uniformados hasta las 5 pm. En estos hechos, también fue atacada a tiros una misión humanitaria que buscaba documentar la crisis en el Catatumbo y que está compuesta por “abogados, periodistas y 5 personas extranjeras que realizan acompañamiento de protección”.
Pero no han sido los manifestantes los únicos perjudicados por la brutalidad policial y los excesos militares, que ya dejan a más de 50 personas heridas, a una veintena de detenidos y a 2 campesinos judicializados. Los periodistas en la zona han sido constantemente fotografiados por los uniformados, quienes además les han agredido físicamente y amenazado, diciéndoles frases como “¡Si sigue grabando le rompemos las patas!”. Además, se ha documentado la presencia de decenas de hombres de la Policía sin uniforme ni identificación alguna participando en las refriegas o fotografiando a los comunicadores y a los defensores de derechos humanos presentes en la zona.
Adicionalmente, conforme pasan los días aumenta la preocupación en el Catatumbo por las detenciones de manifestantes y la posibilidad de judicializaciones masivas. Dos campesinos que fueron detenidos denunciaron, ante las cámaras de la Agencia Prensa Rural, que una vez llevados a la estación de Policía fueron golpeados “a puño, pata y culata” al interior de esa guarnición y se han multiplicado los casos de maltrato físico a personas de la región, lo que se tipifica como tortura. Además, el líder campesino Pablo Téllez denunció que se pretende judicializar a 8 líderes de Ascamcat, lo que puede propiciar más enfrentamientos. Por ello, Jesús Antonio Sánchez, alcalde de Ocaña, pide que haya una comision de verificación de derechos humanos con representantes de la OEA, de la ONU, de la Procuraduría General de la Nación, de la Defensoría del Pueblo y de la diócesis de Tibú.
Para hoy en la mañana se tiene programada una reunión entre el Gobierno Nacional y representantes de los campesinos del Catatumbo. Sin embargo, dadas las acciones de la Fuerza Pública, no se augura que de allí salgan respuestas definitivas a la crisis que se presenta en esta región del nororiente colombiano y faltará ver la voluntad política del gobierno para ofrecer salidas en una región en la que se han concentrado gran parte de las acciones militares del Plan Colombia y resulta de primera importancia para la minería y la extracción de petróleo.



Reportaje: por qué arde el Catatumbo

Esta imagen en la vereda El Cuatro refleja el descontento de 4.800 labriegos en Tibú y 6.000 más en Ocaña. 
Detrás de los bloqueos y enfrentamientos con la Policía en Norte de Santander hay viejas reivindicaciones 
campesinas que no han sido atendidas por el Estado.
Foto: Daniel Reina Romero / Semana

De Ocaña a Tibú, los campesinos de una de las regiones más sufridas del país llevan dos semanas de protestas.

El pasado miércoles no era festivo ni jugaba la Selección Colombia de fútbol, pero la mayoría de los habitantes de Tibú salió a las calles con la camiseta tricolor. Pensaban que sería el primer día de respiro y de soluciones desde que un volcán de manifestaciones campesinas entró en erupción el pasado 11 de junio. 

Los días previos habían sido un caos. El casco urbano de esta población petrolera de 19.000 habitantes estaba bloqueado por tierra y aislado de Cúcuta, con el consecuente desabastecimiento de víveres, y el comercio y transporte suspendidos. Los manifestantes incendiaron la fachada de la casa del alcalde y la Fiscalía y acusaron al Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía (Esmad) de brutalidad, mientras el Ejército hablaba de “infiltración guerrillera” en la protesta. 

Lo que los campesinos denominan como “erradicación no concertada de cultivos de coca”, que el Ejército inició manualmente en la parte alta de la zona rural del municipio a comienzos de junio, fue el detonante. Las protestas de los campesinos, que pusieron retenes en los accesos a Tibú y Ocaña, cobraron tal fuerza que el gobierno nacional, con el ministro de Agricultura a la cabeza, llegó ese miércoles a Tibú para tratar de concertar acuerdos que apagaran parte del incendio. Pero todo acabó peor.

El ministro, Francisco Estupiñán, la gerente del Incoder, Miriam Villegas, y el gobernador de Norte de Santander, Edgar Díaz, se preparaban para exponer sus programas para convencer a los campesinos de que el camino es sustituir la siembra de cultivos ilícitos, la causa de todas las tragedias en esta región desde que las Farc regaron de coca estos campos en 1981. 

Otro tema en discusión, el más importante para los campesinos, era la declaratoria de un amplio territorio del Catatumbo como Zona de Reserva Campesina, una figura que busca entregar a campesinos de escasos recursos tierras que son del Estado y que no se están aprovechando debidamente.  

Doscientos miembros de la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat), agrupados para la reunión, plantearon de entrada que no estaban de acuerdo con la presencia de los generales Rodolfo Palomino, director de Seguridad Ciudadana de la Policía, y Marcolino Tamayo, comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta Vulcano del Ejército. 

“Desde 2009, cuando creamos la Mesa, no se han sentado militares cuando hemos hablado con el gobierno”, dijeron. El gobierno insistió en que estuvieran presentes los uniformados y los 200 labriegos se marcharon sin que la reunión empezara. Los 4.800 labriegos que bloqueaban Tibú y 6.000 más, que se les habían sumado tres días antes en Ocaña, decidieron seguir adelante con su protesta.

Garrotera en La Cuatro

Una medida de la indignación campesina es el bloqueo en la vereda La Cuatro, a cuatro kilómetros de Tibú. Detrás de algún carro incinerado, árboles talados se atraviesan en la vía hacia Cúcuta, junto a largos palos de madera y llantas quemadas. Al frente de la protesta aparecen, encapuchados, los campesinos de Ascamcat. 

Para recuperar las vías tomadas, de Bogotá llegó el Esmad. El sábado 15 de junio, un intento por abrir paso a la vía terminó en un enfrentamiento de siete horas y dio paso a graves denuncias de parte y parte. “Vi cómo los policías se robaban televisores, consumían licor en plena refriega y hasta dispararon armas de fuego, no a nuestros hombres, sino al aire, para intimidarnos”, explica Olmer, uno de los manifestantes. Por su parte, las autoridades alegan que la protesta está infiltrada por el frente 33 de las Farc, que tiene amplia presencia en la zona y, en especial, en las áreas cocaleras.

Juan Carlos Quintero es el vicepresidente de Ascamcat, tiene 28 años y dice que llegó hace 15 a esta región de Villavicencio, y en la región lo ven como una versión local de Robin Hood. “Uno no puede hacer una protesta porque lo estigmatizan de guerrillero. Mire el paro de cafeteros, donde no hubo presencia de la guerrilla. El 25 de febrero de 2012 fue declarado el Catatumbo como zona minero-estratégica, una oferta de demanda para la empresa multinacional que tenga más capacidad de explotación”, le dijo a SEMANA.

En su morral carga un documento de 546 páginas, que se titula ‘Plan de Desarrollo Sostenible para la constitución de la Zona de Reserva Campesina del Catatumbo’. Dice que fue financiado por el mismo gobierno, que fue el producto de ideas de los campesinos en 2009 y que es la propuesta para dejar atrás los cultivos ilícitos. Dice que aplicarlo beneficiaría a 200.000 campesinos a un costo de 576.000 millones de pesos. “No pueden decir que no tenemos propuestas”. 

Pero el debate reivindicativo pasó a segundo plano por los reiterados choques entre la Policía y los manifestantes y las acusaciones mutuas. El general Palomino, enviado a Tibú el martes 18, respondió a los señalamientos sobre presuntos abusos del Esmad provenientes de Tibú, Ocaña y Convención.

“Estamos abiertos a atender si hay algún grado de insatisfacción. Es poco creíble lo que los campesinos señalan”. Sobre el enfrentamiento de la vereda La Cuatro, dijo que los campesinos habrían usado canecas molotov. “Traer a manifestantes a manipular explosivos ha causado más daño a ellos mismos que a los policías”. 



No quiere el campesino ni con Marcolino ni con Palomino

lunes, 17 de junio de 2013

PUEBLOS INDÍGENAS REUNIDOS PARA DECIDIR SU FUTURO


Por: Alejandro Toro

El XIV Congreso regional del CRIC tiene su epicentro en el municipio de Puracé perteneciente al departamento del Cauca, su cabecera municipal es la localidad de Coconuco que está ubicada a 30 km de Popayán, la capital departamental.



Desde Medellín hasta la capital del departamento del Cauca son aproximadamente 12 horas por tierra sin muchos contratiempos y desde allí se toma un micro por Transtimbío que demora 50 minutos, la cabecera municipal esta en medio de verdes montañas y el paisaje resulta alucinante, aunque el clima es un poco frío no es preocupante para visitantes caribeños. El día domingo se escucha el sonido de un par de discotecas y transitan algunos turistas que vienen de los termales, el sitio emblemático de este lugar, aunque la población de la cabecera municipal es pequeña, 993 habitantes de los casi 17 mil que tiene el municipio cuenta con buenos restaurantes y comercio en general.

Desde el día 15 de junio comenzaron a llegar las delegaciones y especialmente los más de 4 mil miembros de la guardia indígena que asegurarán el buen funcionamiento del evento. Hasta el lunes 17 en la mañana las filas eran aun largas para la inscripción, pues se esperan más de 10 asistentes entre los delegados, los invitados nacionales e internacionales.

Según la página oficial del CRIC el XIV Congreso del Consejo Regional Indígena del Cauca "debe determinar por acuerdos las responsabilidades que en adelante asumirán las comunidades, los cabildos, las asociaciones y la organización regional frente al momento actual del proceso, las amenazas al territorio así como las acciones necesarias a desarrollar ante las necesidades reales identificadas por las comunidades".

En unos minutos dará inicio el encuentro regional más importante del país de las comunidades indígenas y que es visto de cerca por todas las fuerzas del país, desde los políticos, los grupos armados, organizaciones sociales y económicas por el liderazgo que tiene el Concejo Regional Indígena en decisiones trascendentes.

jueves, 13 de junio de 2013

Proceso de paz y contexto internacional


Por: Juan Diego García
Para los países de América Latina y el Caribe un proceso de paz exitoso en Colombia es positivo desde todos los puntos de vista. Ninguno de ellos se beneficia directamente de la guerra y, por el contrario, ven con recelo y temor que el conflicto  se pueda extender a los países vecinos o, por simpatía, reproducirse en otros.
Para todos la guerra condiciona demasiado y de forma negativa unas relaciones comerciales que en los últimos años se han incrementado notoriamente. La misma integración física de las naciones, una necesidad imperiosa, se ve obstaculizada por el conflicto. Sin ir más lejos, la comunicación entre los dos océanos es clave, particularmente con el Pacífico para países como Venezuela y Brasil. La estabilidad y el buen clima social son requisitos importantes para que prosperen los negocios. La guerra como instrumento permanente sólo beneficia a quienes obtienen sus ganancias del comercio de armas o practican un capitalismo primitivo. La paz elimina, entonces, un foco de preocupación nada desdeñable para los gobiernos de la región.
Pero si la paz es bienvenida para los vecinos de Colombia, el asunto ya no es tan claro para los Estados Unidos y sus aliados europeos –incluyendo a Israel que, como prolongación de Occidente, desempeña aquí el papel de instrumento bélico de primer orden–. La guerra beneficia en primer lugar a los productores de armas y a diversas empresas de mercenarios –eufemísticamente llamados ‘contratistas’– que con la paz verían reducida o sencillamente eliminada su mayor fuente de ingresos. Lógicamente, no tienen el menor interés en ver terminado un conflicto que les reporta tantas ganancias, siendo Colombia el tercer receptor de ayuda militar estadounidense del planeta, tan sólo después de Israel y Egipto.
Pero mucho más que los fabricantes de armas o las empresas de mercenarios, los Estados Unidos no ocultan su inquietud debido al papel central que el país tiene en su estrategia continental. No es una casualidad que Colombia tenga ya vínculos muy estrechos con la OTAN. Tampoco lo es que hasta hoy sólo hayan habido tibios apoyos a la iniciativa de paz del presidente Santos no sólo desde Washington sino por parte de sus aliados europeos. El compromiso firme de Noruega no se traduce en un apoyo de la Unión Europea, ni siquiera de países que, como España, tienen grandes intereses e inversiones en el país andino.
En realidad, los Estados Unidos nunca han apoyado un proceso de paz. El Plan Colombia, fraguado por los estrategas del Pentágono e impuesto al obsecuente gobierno de Pastrana –y mantenido bajo otras denominaciones hasta hoy– jamás ha buscado la paz sino ganar tiempo para cambiar radicalmente una correlación de fuerzas que hace más de una década favorecía claramente a la insurgencia –lo confiesa el mismo Pastrana en su libro de memorias–. A estas alturas, cualquiera sabe que el combate contra la droga era tan sólo una excusa utilizada por Washington para afianzar sus posiciones, convirtiendo a Colombia en su mayor base de apoyo para su estrategia militar en la región. El Plan Colombia, o como quiera que ahora se denomine, no ha tenido nunca el propósito de atacar a las mafias de la cocaína o la heroína –la marihuana ya se produce en los propios Estados Unidos a escalas industriales– y siempre ha sido un instrumento para combatir a la insurgencia, de suerte que si se resuelve el actual conflicto y se supera el problema de la producción de sustancias psicoactivas la administración de Obama tendrá que buscar nuevos argumentos para justificar su masiva presencia militar en el país. La versión oficial que vincula insurgencia y droga para justificar el Plan Colombia resulta todo un sarcasmo habida cuenta del vínculo –ése sí vigoroso y plenamente establecido– de empresarios, políticos y funcionarios del Estado, incluyendo militares y policías, con el narcotráfico.
Los empresarios de la guerra y los estrategas del Pentágono harán, entonces, todo lo que esté a su alcance para impedir que las conversaciones desemboquen en un proceso de paz sólido. Para ello cuentan con la ayuda diligente de fuerzas que en Colombia conspiran abiertamente contra todo intento de poner fin al conflicto. Más proclives a un acuerdo de paz estarán, sin embargo, las empresas transnacionales, para las cuales un país en paz significa menores costes y mayor tranquilidad para sus inversiones. Para satisfacer a todos el gobierno de Estados Unidos intentará, seguramente, garantizar que las pérdidas de algunos –el grupo de quienes ahora sacan ventajas del conflicto– se compensen con las ganancias de otros, pero sobre todo buscará por todos los medios que un arreglo pacífico no afecte de manera sensible su presencia militar en el país. Será, por tanto, prioritario para Washington preservar en lo esencial los privilegios otorgados para el uso de las bases militares, las relaciones especiales del Pentágono con las Fuerzas Armadas locales, las facilidades dadas a organismos de espionaje e injerencia en los asuntos internos del país –DEA, Usaid, etc.– e, igualmente, conservar las ventajas inmensas que Colombia ha entregado a las empresas estadounidenses a través del Tratado de Libre Comercio.
Éste sería el discurrir de los acontecimientos si Santos mantiene el respaldo interno que hoy le otorga a su estrategia de paz la clase dominante, o al menos sus grupos mayoritarios. Por supuesto que también necesita un apoyo popular amplio para neutralizar las fuerzas opositoras, como la denominada extrema derecha de ganaderos, militares y ciertos sectores sociales que salen muy beneficiados con la guerra permanente. De no ser así, ni el más entusiasta respaldo de los países de la región puede impedir el fracaso. Los estadounidenses y sus aliados europeos apoyarán salidas que supongan los menores costes posibles para sus intereses –no es otra, por supuesto, la actitud de la misma clase dominante local–, pero con igual decisión apoyarán a Santos si desiste de sus propósitos de paz –siempre se puede echar la culpa del fracaso a la insurgencia– o se pondrán discretamente del lado de quienes le den un ‘golpe de Estado constitucional’ si consideran que el presidente ‘ha ido demasiado lejos’. Saben que, más temprano que tarde, varios gobernantes de la región procederán de igual manera.
Hasta ahora, gobierno y guerrilla han mostrado bastante realismo en el diálogo y éste es un elemento que alimenta el optimismo. Parece que han madurado un cierto consenso sobre el primer punto de la agenda, la cuestión agraria, y se aprestan ahora a abordar el segundo, la reforma política, seguramente mucho más complicado que el anterior. Y aún falta el resto de los temas a debatir, en todos y cada uno de los cuales se verán afectados grandes intereses extranjeros presentes en el país. Es de esperar que el realismo se mantenga y prevalezca la sangre fría y la prudencia, que aconsejan considerar ante todo la real correlación de fuerzas por encima de los deseos más ardientes.
Desde esta perspectiva, es legítimo pensar que, si llega la paz, Colombia no será de momento plenamente libre e independiente, pero habrá dado un paso de gigante en esa dirección. El fin del enfrentamiento armado tampoco supondrá de forma inmediata la superación de la pobreza y el atraso, pero si se alcanza una reforma política que modernice y, sobre todo, que civilice los sistemas de participación ciudadana, avanzar en esa dirección ya no será una meta imposible y el esfuerzo habrá valido la pena –para los insurgentes, esto ha significado medio siglo de sacrificios–.
Realismo significa, entonces, para la clase dominante aceptar que tiene que dar por finalizada la guerra permanente contra su propia población, cesando el terrorismo de Estado y la práctica de convertir en crimen toda protesta social, y renunciar al capitalismo de expropiación salvaje, sobre todo contra campesinos y asalariados. Para las fuerzas de la insurgencia y, en general, para el movimiento popular y la izquierda política el cese del conflicto no significará, por supuesto, la revolución social a la que aspiran, pero sí el despeje de los caminos hacia su consecución.
Articulo Original: http://elturbion.com/?p=7324 

XIV Congreso del Consejo Regional Indígena del Cauca

XIV Congreso regional indígena CRIC


El XIV Congreso del Consejo Regional Indígena del Cauca, es el espacio tradicional de encuentro de los pueblos indígenas para el diálogo, la reflexión y la proyección del proceso organizativo, donde analizaremos los diversos avances y las dificultades que vivimos en los territorios.También reflexionaremos sobre el qué hacer como proceso organizativo desde los niveles local, zonal y regional y se analizarán las relaciones con el Estado colombiano, los sectores sociales del país y de manera colectiva proyectaremos el camino para los próximos cuatro años.El carácter del XIV Congreso del CRIC es evaluativo, legislativo y de proyección en tres proyectos: político-organizativo, económico-ambiental y socio-cultural. En este espacio se deben crear los mecanismos para que cada una de las directrices propuestas en el Congreso correspondan a las exigencias planteadas desde la comunidad, que puedan ser realizables y se traduzcan en el mejoramiento de las condiciones de vida y el fortalecimiento de los planes de vida de los pueblos indígenas que habitan en los territorios.
El XIV Congreso también debe determinar por acuerdos las responsabilidades que en adelante asumirán las comunidades, los cabildos, las asociaciones y la organización regional frente al momento actual del proceso, las amenazas al territorio así como las acciones necesarias a desarrollar ante las necesidades reales identificadas por las comunidades.
También es parte de la agenda, el acceso justo a nuevas tierras, la autonomía alimentaría con fundamento en la defensa territorial-ambiental, el rescate de las semillas tradicionales y el fortalecimiento de actividades productivas respetuosas con la madre tierra.
Se buscarán alternativas ante la actual afectación que viven las comunidades y el territorio por el conflicto armado e igualmente frente a los diálogos de paz entre el gobierno nacional y las Farc. Como movimiento indígena reafirmar la propuesta del cese del conflicto armado y la construcción de una paz integral desde los procesos y las bases.
El XIV Congreso del Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC nos debe permitir consolidar alternativas que fortalezcan la continuidad de la resistencia como pueblos, por el derecho al territorio ancestral y la gobernabilidad de los pueblos indígenas.
Orden de trabajo del XIV Congreso del Consejo Regional Indígena del Cauca
Domingo 16 de junio (Día 1)
9:00 AM: Llegada de las comunidades y delegaciones al sitio de concentración y alojamiento.
Inscripción de los participantes.
4:00 PM: Saludo y recibimiento por el cabildo anfitrión y las autoridades territoriales del Pueblo Kokonuco.
Lunes 17 de junio (Día 2)
8:00 AM: Apertura del Congreso – Armonización.
Acto de protocolo (Himnos alusivos al proceso).
9:00 AM: Instalación del Congreso a cargo de la Consejería Mayor del CRIC.
Nombramiento de la Mesa Coordinadora, Comisión Relatora y de Síntesis del Congreso.
Saludo de los representantes zonales, ONIC y delegados nacionales e internacionales (3 minutos por vocería).
12:00 M Almuerzo.
2:00 PM: Contextualización: Regional, Nacional e Internacional, carácter del Congreso y metodología de trabajo a cargo de la Consejería Mayor del CRIC y ONIC.
3:00 PM: Ponencias: Tierra y Territorio, Económico- Ambiental, Político-Organizativo, Derechos Humanos, Conflicto Armado y Paz, Salud, Educación, Comunicaciones (15 a 20 minutos por ponencia).
6:00 PM Cena.
8:00 PM a 11:00 PM Programación cultural.
COMISIONES DE TRABAJO
 Tierra y territorio
 Económico ambiental
 Político- organizativo
 Derechos humanos, conflicto armado y paz
 Salud
 Educación
 Comunicaciones
 Familia
 Participación político electoral
 Comisión interétnica (Sectores sociales)
Martes 18 de junio (Día 3)
8:00 AM: Trabajo en comisiones.
12:00 M Almuerzo.
2:00 PM: Continuación trabajo en comisiones.
6:00 PM Cena.
8:00 PM a 11:00 PM Programación cultural.
Miércoles 19 de junio (Día 4)
8:00 AM: Continuación del trabajo en comisiones.
12:00 M Almuerzo.
2:00 PM: Inicio de la plenaria informe del trabajo de cada comisión y aprobación de propuestas. (Plan de trabajo sobre acuerdos).
6:00 PM Cena.
8:00PM a 11:00PM Programación cultural.
Jueves 20 de junio (Día 5)
8:00 AM: Continuidad de la plenaria, informe del trabajo de cada comisión y aprobación de nuevo mandato. (Plan de trabajo sobre acuerdos).
12:00 M Almuerzo.
2:00 PM: Presentación de los delegados por zona a la Consejería Mayor del CRIC.
 Posesión de la Consejería Mayor del CRIC.
 Nombramiento del Representante Legal del CRIC
 Integración Cultural – Amenizan grupos artísticos y musicales de la región.
Nota: Llevar campin, plástico, cobija, colchoneta, plato y cuchara, e implementos de aseo personal y vestido para clima frío.
Inscripciones de Grupos Artísticos y Musicales con el Programa de Comunicaciones del CRIC.
Habrá espacios habilitados para la exposición artesanal.
Se prohíbe la comercialización y el consumo de bebidas alcohólicas en el marco del Congreso.